Codex Calixtinus

"Todos los pueblos irán en peregrinación hasta la consumación de los siglos"

domingo, 21 de marzo de 2010

Pamplona-Santo Domingo de la Calzada (6)




Mi Credencial va tomando un cierto aire de álbum de cromos, todos ellos sin repetir y –por supuesto– sin trampas. Sin embargo, el afán coleccionista no ha desaparecido del todo, y en Logroño conseguí tres sellos diferentes. Sí, de acuerdo, quizás sea un capricho infantil, sellar una vez al día es suficiente, pero es algo que puedo llevar sin que aumente el peso de la mochila. "Ligera de equipaje" –me dijeron– y esto es lo más importante para que en las alturas no parezca que la bolsa coge peso y en los descensos no desequilibre mi seguridad.

Hoy no nos vamos a enfrentar a extremas subidas aunque la ruta será larga; sendas y caminos de tierra pedregosa, polvo, y el calor en algunos momentos, nos hacen buscar una sombra que no encontramos entre tantos campos de vid. Racimos de uvas doradas y negras nos atraen con apetitosa sugestión, ¡están deliciosas, deliciosas! Después de Navarrete una pequeña cuesta nos lleva al Poyo de Roldán, donde vuelve a hablarnos la leyenda, esta vez de la gesta heróica del noble caballero que luchó con el gigante musulmán Ferragut para rescatar a prisioneros cristianos. Dejamos atrás el Alto de la Grajera, Ventosa y el Alto de San Antón. Ante nuestros ojos se presenta el valle del Najerilla, y al fondo Nájera. De nuevo aquí el Camino nos pone a prueba y tenemos que salvar con precaución piedras, escaleras, zonas industriales, y cruzar una peligrosa carretera hasta estar a las puertas de la ciudad. Pero el Camino también nos reserva otro de esos momentos inasibles: escritos en la pared de una vieja fábrica sorprenden a los peregrinos unos versos. Unos metros más adelante un sacerdote de edad nos ofrece este poema escrito y firmado con su nombre. Es el autor, Eugenio Garibary, párroco de un pueblo vecino, que nos recomienda a Santiago y nos da, además, una pequeña lección de historia sobre Nájera. Este es el carácter íntimo del Camino de Santiago, de encuentros y momentos diferentes que no necesitan definición.

Nájera, tierra deseada por árabes, navarros, y castellanos, tiene un encanto especial escrito entre capítulos de historia y de leyendas. Aquí fue proclamado rey de Castilla Fernado el Santo, y Enrique IV la nombró "la muy noble y muy leal". Después de cruzar el puente sobre el Najerilla llegamos al albergue. Otra vez nos toca tiritar con el agua fría de las duchas, pero viene bien para nuestros pies cansados. El tramo de hoy está siendo una ascensión camuflada en caminos de poca pendiente, y las literas que nos han destinado tienen una atracción de lo más apetecible para descansar. Cuando a las diez se apaga la luz ya llevo un rato dormida.

Al día siguiente dejamos Nájera y nos recibe una llanura extensa donde todo parece idealizado. En este paisaje siguen siendo todavia protagonistas los viñedos y la luz. Un camino de tierra nos lleva a Azofra, hospitalaria de tradición. Azofra, la que yo creía pequeña y poca cosa, me sorprendió con un albergue privado, otro albergue parroquial, y otro municipal, y para los que viajan con estilo un hotel de tres estrellas en un palacete del siglo XVII. La calle Mayor muestra los blasones en las fachadas de las casas, detalle que habla de un pasado de esplendor. Dos bares y un restaurante, una iglesia y un monasterio con un precioso claustro gótico y biblioteca, todo en un lugar que cuenta con 347 habitantes.

Hasta Cirueña son nueve kilómetros y medio de camino llano que sigue, persistente, su subida. Un esfuerzo que me acerca más a la naturaleza: de vez en cuando me gusta mirar hacia atrás para no olvidar la imagen ni el perfil de lo andado, estos tramos largos y solitarios. Me gusta entonces abrazarme a los árboles para sentir el latido de su savia y recibir la fuerza que transmiten sus raices; me detengo ante las piedras, consciente de su poder de sugerir y transmitir conexiones con el Arte y la belleza del entorno. Son los valores espirituales, o quizás una visión algo romántica del Camino, pero que me convencen más de que estoy en la exacta dirección. Asi, andando, dejo a un lado una nueva urbanización y un campo de golf –muestra de esa otra relación del hombre con la naturaleza– y ya sin mucho esfuerzo y una hora más, llegamos a Santo Domingo de la Calzada.

viernes, 12 de marzo de 2010

Pamplona-Santo Domingo (5)



Al igual que hay diversos caminos para llegar a Santiago, hay peregrinos de toda clase y edades: silenciosos, habladores, rápidos y otros que se toman el tiempo; están los que se cargan con demasiadas cosas y los que van ligeros. Hay peregrinos jóvenes y los que no lo son tanto, hay de todo, pero con toda seguridad no hay muchos como este bebé de unos ocho meses que hace el camino en una mochila en la espalda de su madre. Salieron de Roncesvalles y llegarán "hasta donde el angelito aguante". Esto sí es espíritu peregrino, el de la madre, que tiene que llevar tantos kilos encima. Desde Pamplona vamos encontrándonos con ellos, y dos veces hemos compartido dormitorio en el albergue. Sí, el Camino es un lugar de encuentro de peregrinos y -también- de personajes que ya forman parte de él. Uno de ellos nos lo encontraremos a la entrada de Logroño, Doña María, que sentada delante de su casa nos sella la Credencial y nos da unos momentos de charla, siguiendo la tradición que desde años tenía su madre Felisa. Otro personaje es Marcelino, el peregrino pasante, que tiene su tenderete organizado; sella también y ofrece fruta y bordones a quien se detiene. Es una estampa clásica del Camino. Pero realmente es el encuentro con uno mismo la experiencia más enriquecedora que nos hace conocer nuestros alcances y límites en el camino de nuestro propio destino.

Desde Viana pasamos por huertas y por terrenos sin cultivar, subimos y bajamos colinas, atravesamos sendas, vemos acequias, chopos, pinos, cañizos, olivares y -por supuesto- viñas. Finalmente por un camino asfaltado, y después de cruzar el Ebro, llegamos a Logroño. El albergue es grande, tiene un patio con fuente, lavadero, cocina, camas numeradas, y duchas que ya han quedado frías. Ya ligeros de equipaje nos acercamos a conocer esta ciudad pausada y sin estridencias. Hoy está en fiestas y esto se nota en las calles y en la gente. Algunas tiendecitas con aire de antaño ponen un colorido especial en el ambiente. Hay bares y tascas. Vamos a la Plaza Mayor, paseamos por los soportales, y llegamos hasta la Basílica Nuestra Señora de la Redonda, corazón de esta capital riojana. Sin embargo, Logroño no consigue atraerme. Aunque su color sea como los demás colores del camino, aunque sus piedras sean fuentes de historia y de leyendas, sus imágenes quedan en silencio para mí; quizás sea el cansancio el que me hace difícil su interpretación, o puede que exija un conocimiento más lento y sosegado que en estos momentos no le puedo dar. Cenamos y regresamos al albergue. A las diez se apaga la luz.

El adiós a Logroño se hace sin prisas por unas calles aún dormidas, mientras los servicios de limpieza recogen bolsas, plásticos, latas y botellas, restos de la fiesta de ayer. La salida hacia las afueras de la ciudad es larga, pero enseguida el paisaje se torna ondulado, terreno arcilloso con campos de vid. Por un camino de árboles llegamos al pantano de la Grajera. Allí donde hay agua, hay patos que se arremolinan esperando no sé qué, y yo pierdo la nación del tiempo, no lo percibo, mientras unos peregrinos nos adelantan con pasos ligeros y un ¡buen camino! Un camino que nos sorprende con las ruinas del que fuera hospital de San Juan de Acre, fundado para el cuidado y descanso de los que iban a Santiago. Las nobles piedras merecen mi respeto y me detengo. En realidad durante todo el Camino nos iremos encontrando con toda clase de piedras con lenguaje propio a través de la forma, el color y la textura, pero también siendo lenguaje en manos de otros. Reverbecen de luz y surgen en ellas las imágenes de aquellos que buscaban refugio para mitigar su sed y su cansancio. Ahora no se percibe nada de aquel trasiego, las piedras que quedan aquí están en soledad. Aún así, y erosionadas por las lluvias, el viento y el sol, siguen transmitiendo energía y carácter. Otras -la fachada del hospital- tienen una nueva vida en la entrada al cementerio de Navarrete, formando parte de su patrimonio monumental.