Codex Calixtinus

"Todos los pueblos irán en peregrinación hasta la consumación de los siglos"

sábado, 27 de febrero de 2010

Pamplona-Santo Domingo (4)


Las tristezas en el Camino son las iglesias cerradas ante la creciente desaparición de objetos de arte y de culto, pero esta vez en Villamayor de Monjardín la suerte estuvo de nuestro lado. El cansancio se olvida, los pies se recuperan, cualquier contratiempo se compensa cuando estamos ante uno de estos templos. También aquí nos llegaron resonancias de otros tiempos y de interesantes historias. De la iglesia románica de San Andrés se dice que fue el rey Sancho Garcés quien ordenó su construcción para dar culto a la hermosa cruz de orfebrería que en ella se guarda. La historia narra que "la víspera de de la batalla en la que se reconquistó a los musulmanes el castillo de San Esteban de Deyo, en Monjardín. El rey, inseguro del resultado de la batalla, escondió la cruz por temor a que la hallasen los musulmanes y luego no supo encontrarla. Así, quedó perdida hasta que años después un pastor observó que una de sus cabras se quedaba paralizada ante una zarza. Temiendo que allí se ocultase una alimaña, el pastor lanzó una piedra a la zarza con todas sus fuerzas y cuando fue a mirar observó asombrado cómo la pedrada había roto el brazo de una hermosa cruz, una primorosa obra de orfebrería. El pastor, conmovido, exclamó: "¡¡Pluguiera a Dios que antes de lanzar la piedra se hubiera secado mi brazo!!". Inmediatamente el brazo se secó. La cruz se trasladó a diferentes lugares pero siempre acababa regresando al zarzal por lo que fue allí donde se levantó el templo de Villamayor. Al parecer, el piadoso pastor pudo recuperar la movilidad de su brazo"*. A punto de marcharnos llega el párroco para cerrar la iglesia y nos acompaña en un nuevo recorrido por la única nave del templo. Nos habla de la preciosa portada, del interesante crismón, de la batalla entre Carlomagno y un príncipe navarro, de la cruz, del retrablo que ahora está en Pamplona, y de la Virgen a la que le falta el Niño, arrebatado por quien hizo mal uso de la hospitalidad.

Salimos del pueblo por un sendero en descenso, entre viñas y algunos nogales. A partir de aquí el paisaje se hace amplio y único, sigue entre campos trabajados y algo de soledad. Al fondo, en el horizonte, vemos las cumbres de Yoar y Peña Costalera. Nos encontramos con pequeños montículos de piedras y cruces hechas con ramas que los peregrinos dejan al lado del camino. Es como un mensaje silencioso para el que viene detrás, una ofrenda, una oración, un arte quizás. No es la primera vez ni será la última que los vemos y siempre me hace sentir ser testigo de algo íntimo y personal, como si desvelara una promesa por cumplir. Más tarde llegamos suavemente a la parte más alta del sendero desde donde vemos las primeras casas de Los Arcos, y empezamos a descender.

¡Qué importa entonces el cansancio, el polvo del camino, la sed, cuando llegas a esta villa amable, de tradición jacobea, a su calle Mayor con las casas blasonadas, y a la iglesia parroquial de Santa María! Al visitar el templo no puedo poner en duda de que Los Arcos ha gozado en el pasado de privilegios y de una economía brillante. Aunque cerrada, la puerta se abre unos instantes para un grupo de turistas franceses, momento que aprovechamos para entrar sin destacar en el barullo del grupo. Tiempo, silencio, y comprensión son las tres condiciones para entender el mensaje de esta mezcla de gótico, plateresco, rococó, barroco, que la convierte en una de las iglesias más asombrosas del Camino. Aquí encontramos una filigresa muy entregada que nos guía con entusiasmo vehemente a través del templo, insistiendo en el retablo, el órgano, los diferentes altares, las imágenes, el coro, y cualquier detalle que considera que debemos saber. Una visita al claustro nos da el respiro necesario para poner en orden tanta amalgama de impresiones; el aire despeja lo confuso.

Continuamos; decididamente hoy es un día de iglesias. La del Santo Sepulcro en Torres del Río es la siguiente; su historia se relaciona con los Templarios aunque es difícil conocer su origen con exactitud. Cuando llegamos a esta pequeña villa –no creo que sus habitantes lleguen a unos doscientos- todo daba la impresión de inmovilidad: callejuelas donde está detenido el tiempo y casas que parecen dormir. Enseguida estamos ante la iglesia: es reducida, su exterior callado y serio, de planta octogonal y una sola puerta. En el interior la escasa luz que deja pasar las celosías hace crecer sombras y sensaciones confusas, y deja un hálito frío en las piedras como el eco de vida de su historia. El secreto se mantiene en los misteriosos símbolos sagrados, que hacen referencia a la presencia de la Orden del Temple con toda seguridad. Siento que la armonía y la espiritualidad que ofrece el camino está también aquí, entre los muros de esta iglesia y en el silencio que me rodea. Quiero sujetar este momento y hallar una respuesta a todas y cada una de las inquietudes que me voy a ir encontrando en esta peregrinación; esto queda grabado en el aire como promesa que me hago a mí misma. Todavía tengo tiempo en esta tarde ya declinada, de admirar la bóveda del templo, una maravilla formada por una estrella de ocho puntas, y la preciosa imagen románica del Crucificado con cuatro clavos y un rostro que conmueve, del siglo XIII.

Ahora vamos en busca de la Muy noble y leal ciudad de Viana, sitio fronterizo del reino de Navarra. El paisaje cambia de tonalidad a medida que descendemos por campos cultivados con cereales, olivos y -cada vez más- viñas. Nos acercamos a la Ermita de La Virgen del Poyo, pasada ésta ya es cosa de un pequeño esfuerzo para llegar a Viana.

sábado, 20 de febrero de 2010

En el Camino





Madre, Santa María,
¿en dónde canta el ave
de la esperanza mía?…
Y vi que un peregrino
bello como Santiago,
iba por mi Camino.
Me detuve en la senda,
y respiré el ingenuo
aire de la leyenda.
Y dije mi plegaria,
y mi alma tembló toda,
oscura y milenaria.
Seguí adelante… Luego
se hizo luz en la senda
y volví a quedar ciego.
¡Ciego de luz de aurora
que en su rueca de plata
hila Nuestra Señora !
¡Orballiño fresco,
nas pallas d´o día !
¡Orballiñó, gracia
d´a Virxe María!

Autor: Valle Inclán

miércoles, 17 de febrero de 2010

Pamplona-Santo Domingo de la Calzada (3)


La lectura nos hace a todos peregrinos,
nos aleja del hogar, pero lo más importante,
nos da posada en todas partes. (Hazel Rochman)


Muchos son los libros sobre el Camino de Santiago, pero nada de lo que se lee en ellos hace más intuitiva la sensibilidad como lo tangible de las piedras y la naturaleza. Por muy bella que sea la imagen descrita de una iglesia, una pintura, una estatua, más emotiva será la atracción que despierta el poder apreciarla en toda su realidad. No sólo el Arte nos conmueve, sino también la tierra, el paisaje cada vez distinto a nuestro alrededor. Ahora acabamos de pasar Estella. Quedarán en mí siempre el recuerdo de la iglesia del Santo Sepulcro y su portada gótica, la iglesia de San Miguel y la de San Pedro de la rúa. Estas y otras iglesias que encontraré en el Camino, me hacen pensar en los maestros de obras medievales, en lo minucioso y armónico de su trabajo, en su perfección. Los artesanos de aquella época nos han dejado su herencia en una arquitectura simbólica que buscaba su camino en el designio de Dios. En el interior de esas iglesias soy yo quien busca respiro espiritual en el intento de descifrar el mensaje y los enigmas que nos dejaron en las piedras.

El paso por la calle principal, que al mismo tiempo es camino, lo hacemos lento y atendiendo a todo lo que se ofrece al caminante. Reponemos nuestro atillo con algo de pan y fruta. Hay tiendecitas con recuerdos, tarjetas para los de casa, bordones y vieiras. No se nos resiste una panadería y caemos en la tentación de probar lo dulce de sus productos; quizás no es un ejemplo muy peregrino, pero ... ¡salimos con el estómago reconfortado!

El camino sigue por tramos solitarios, pero no menos bellos en sus tonalidades ocre, marrones y oro, y tierras más duras donde va apareciendo la vid. Estamos ya en Santa María la Real de Irache, bajo la mirada de Montejurra. Cuando llegamos acaban de cerrar las puertas del monasterio y nos tenemos que contentar con admirar sus dos portadas. Iglesia, claustro, refectorio, la sala capitular, la sacristía, todo queda para otra posible visita. Siento tristeza por este contratiempo. ¡Estar tan cerca y no poder acercarse más! Para quitarnos el mal sabor de boca nos vamos a la fuente que Bodegas Irache tiene instalada allí: un grifo de agua y otro del que mana vino está a disposición del peregrino. Ya reconfortados con un vasito de este caldo y con los ánimos más serenos tomamos la senda hacia Villamayor de Monjardín entre campos de viñedos. Hace calor. Antes de llegar nos encontramos con un aljibe de estilo románico que se conoce con el nombre de Fuente de los Moros y que probablemente fuera para que los peregrinos calmaran su sed y se lavaran. Una sensación extraña me asalta al contemplar esas aguas oscuras y serme difícil apreciar bien su profundidad. No seré yo quien intente hacer la prueba. Ya vemos cerca, sobre un cerro a la derecha, las ruinas del castillo de San Esteban de Deio; construido por los árabes y conquistado por el rey de Navarra, Sancho Garcés, éste lo destinó a ser su panteón.

Después de un rato de pausa y refrescarnos a la sombra –no con el agua- del extraño aljibe, proseguimos el camino hasta llegar a Monjardín. Las calles del pueblo que tienen una suave pendiente, la iglesia y una cruz procesional del siglo X, merecen que nos detengamos en él y busquemos el albergue para nuestro descanso.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Tramo Pamplona-Santo Domingo de la Calzada (2)



Como si fuera una llamada especial que no quiere dar reposo a mis piernas, me despierta desde muy temprano el susurro de las bolsas de plástico y el roce de las mochilas en el suelo. Es el toque de salida de esos peregrinos más presurosos. Por eso es aconsejable mantener un cierto cuidado con tus pertenencias si no quieres perder tiempo en inútiles búsquedas. Sin embargo, a mí no me es difícil madrugar en el Camino. Me atrae asistir al alumbramiento del día, algo que se hace emotivo en el silencio y quietud del momento y que se transmite en cada partícula del aire. Precisamente es ese silencio el que con más intensidad se deja sentir, y es la luz recien llegada la que absorbe las imágenes y las recrea, acentuando los colores del paisaje. También hoy el camino nos habla además del esfuerzo del hombre en los campos trabajados y en orden; cereales, vid y olivos dan color a una geografía algo abrupta con imágenes propias de esta región. Volverá a hacer calor, pero unas nubes perdidas nos acompañan esta jornada hasta llegar a Puente la Reina. ¡Y ya, aunque son muchos los caminos, desde aquí a Santiago sólo será uno!

Entrar en Puente la Reina es un viaje hacia atrás en el tiempo y una confrontación con la historia del lugar. Estamos al comienzo de la calle Mayor: volvemos el pasado, a un lado existe una iglesia, llamada del crucifijo, aunque su nombre original fue Santa María de Hortis. Al otro lado una hospedería-hospital, y un arco que une los dos edificios. El camino pasa por debajo de ese arco abovedado y lleva a los peregrinos hacia la calle Mayor. La iglesia ha pasado por ser cárcel, cuartel, almacén de polvora, pero siempre ha sabido conservar la imagen del crucifijo. Lo excepcional de esta imagen es la cruz, que tiene forma de pata de oca, el signo iniciático en el mundo de los símbolos. Y me acerco al Cristo en el silencio de la iglesia, en este punto tan lejano a mi entorno: Él y yo frente a frente. "El Cristo sobre una Pata de Oca o lo que es igual, el signo de la vida, no es otra cosa que el hombre iniciado que ha trascendido a su propia elevación, habiendo alcanzado así el Reino de la Vida, de la Realidad, muriendo al Reino de la Ilusión en que los mortales estamos inmerso mientras peregrinamos buscando una luz"*.

Retrasamos el paso y nos dejamos envolver por el ambiente medieval del lugar, pero la realidad del presente se impone y decidimos repostarnos de alimentos. Nos proveemos de lo necesario en una de las tiendecitas y seguimos el camino. Así llegamos hasta el puente románico sobre el río Agra. Dicen que fue mandado construir -allá por el siglo XI- por una reina, Doña Mayor, para el uso y disfrute de los peregrinos. Desde entonces el puente forma parte del Camino. En este mismo punto nos cruzamos con un grupo de peregrinas muy en plan de turistas despistadas con ganas de ir de tiendas. Se las veía descansadas y tan ligeras de equipajes que deberían llevar "apoyo". Y es que hay quienes escogen hacer el Camino de una manera más confortable. Dejamos con pena Puente la Reina. Su trazado, las casas nobles, las piedras de fachadas y calles nos han hecho vivir por unos momentos más cerca de ese aliento simbólico y espiritual del Camino.

La ruta continúa entre cultivos que dan un apunte en verde en el horizonte que seguimos. El sendero de tierra roja se empina y tenemos un sube-y-baja suave que se nos hace rutina. Dejo constancia de estas acuarelas vivas con la cámara digital. Pasamos Mañeru y Ciuraqui. Nos encontramos un puente romano y restos de lo que tuvo que ser una gran calzada. Después tendremos que andar unos metros por el asfalto de la carretera nacional. Lorca, Villanueva o Villatuerta –que tampoco ella lo sabe muy bien- ambas tienen sus calles discretas, la iglesia con sus campanas, su fuente, un café y hasta puede haber un albergue. Finalmente Estella la bella, de la que se dice en el Codex Calixtinus que "es fértil y de buen pan y mejor vino, así como su carne y pescado y que está abastecida de todo tipo de bienes". A ella entramos por la rúa de Curtidores después de un camino que no ha sido demasiado exigente esta vez.

( de: Iglesias Templarias en el Camino)

domingo, 7 de febrero de 2010

Tramo Pamplona-Santo Domingo de la Calzada (1)

2008


Llegamos a una Pamplona a medio despertar, sin el bullicio que muestra en sus días de fiestas. Ahora están las calles calladas y recogidas, y hasta el mismo San Fermín permanece sereno en su hornacina, sabiendo que los mozos volverán a requerir su protección. El aire hace apetecible el sol en esta ciudad acogedora que nos incita a conocer su más clásica identidad, pero el Camino nos reclama y no nos detenemos mucho tiempo. Así seguimos nuestra ruta hasta la catedral que nos dejará su sello en este encuentro. La fachada del templo no permite adivinar el interior gótico que me sorprende con tres naves y capillas adyacentes; el crucero, el color y la luz de las vidrieras, la Virgen del Sagrario en el Altar Mayor y el precioso claustro, son sus atractivos principales. No hay ninguna duda que el rey de Navarra Carlos III el Noble y su esposa Leonor de Trastámara se sienten dichosos de descansar aquí hasta la eternidad en su lecho sepulcral de alabastro. Hay más gótico en la iglesia de San Cernín, también patrón de Pamplona. En su interior la Virgen del Camino; delante, el pozo donde según la tradición bautizaba San Saturnino -o lo que es lo mismo: San Cernín- los primeros cristianos.

Hay mucho más para ver en Pamplona, pero el Camino se hace andando y tenemos que continuar. El amarillo nos lleva por senderos y caminos que atraviesan campos en oro viejo. Serían de barro si la lluvia estuviera presente, pero tenemos suerte y es el sol el que impone sus condiciones. Nuestro primer desafío es el Alto del Perdón. Paisajes extensos que se van elevando poco a poco. Hace calor y buscamos esa bóveda vegetal que nos anuncian en la guía, pero la sombra es escasa, y sólo nos detenemos para abrir las mochilas y buscar el bocadillo apetecible y beber del agua recogida en Zariquiegui. Más ascenso, ahora sorteando piedras con dificultad y vigilados siempre de cerca por las finas siluetas que componen un bosque eólico. Una vez en la cumbre –donde se cruza el Camino del viento con el de las estrellas- no olvidamos de mirar hacia atrás: un momento inolvidable que hace verdad la leyenda allí arriba. Por nuestra parte nos encontramos perdonados cuando llegamos ante el monumento al peregrino: figuras recortadas que se enfrentan al viento.

Hace calor y los pies sufren en el comienzo con la rápida bajada, entre tramos de piedras grandes y tierra suelta que hacen inseguros mis pasos. Siento el vértigo, pero es difícil el frenado en la pendiente. Sigo los consejos de que mejor es dejarse ir, y tanto lo hago que termino sintiendo la atracción de la gravedad con un final que me hace rodar por el sendero. Más comunión con el Camino es imposible, y esto sólo es un toque de atención para saber que hay que adaptarse al carácter del camino, comprenderlo, aceptar nuestros límites y no dejarse desanimar por lo que a primera vista parecen objetivos inalcanzables. Uterga, Muruzábal, campos de cultivo, trigo y girasoles, y la iglesia de Santa María de Eunate, la de las cien puertas. Este templo, ermita octogonal con un curioso claustro abierto, está considerado como uno de los misterios del Camino. Se piensa que perteneció a los Caballeros del Temple y está rodeado de numerosas leyendas. Y leyendas –e iglesias- no faltarán en ningún tramo del Camino a Santiago.

La tarde ya va vencida cuando llegamos a Óbanos por calles que dan fe de su importancia histórica. La jornada nos ha sido exigente y ahora se hace largo y lento estos últimos pasos hasta llegar el albergue, pero al fin tenemos nuestro sello y nuestras literas. La sensación de estar en casa toma forma cuando dispongo mis cosas para esa noche: el saco de dormir, la pequeña linterna, el cepillo de dientes, los últimos apuntes. Me ducho y cambio de ropa. Primero nos toca flagelarnos con un buen condumio en el bar más próximo, ese restaurante o la pequeña taberna donde el peregrino tiene asegurado el menú. Después el regreso rápido al albergue, donde me entrego al sueño sin apenas darme cuenta de que ya estoy en él.

Pasa y olvida



Este es mi mal: soñar

Peregrino que vas buscando en vano
un camino mejor que tu camino,
¿cómo quieres que te de la mano,
si mi signo es tu signo, Peregrino?

No llegarás jamás a tu destino;
Llevas la muerte en ti como el gusano
que te roe lo que tienes de humano …
!Lo que tienes de humano y de divino!

Sigue tranquilamente !Oh caminante!
Todavía te queda muy distante
ese país incógnito que sueñas …

… Y soñar es un mal. Pasa y olvida,
pues si te empeñas en soñar, te empeñas
en aventar la llama de tu vida.


Rubén Darío 1867-1916